En lo más recondito de la puna vivía un puma solitario y viejo. Solo salía a cazar a los animales que vagaban de noche y que por alguna razón se habían perdido. Sus fuerzas no le daban para perseguir animales fuertes y grandes. A veces se conformaba con comer los restos de algún animal muerto. Todo por sobrevivir.
Un día un campesino subió a buscar a sus vacas cerca de dónde se encontraba el puma. Claro, no lo había visto. Caminó todo el día sin poder hallar a sus animales. Ya se hacía de noche y como magia de la altura, no encontraba el camino de regreso a casa, por lo que se fue a buscar un lugar aparentemente seguro, una cueva muy grande. Él campesino sacó de sus alforjas la comida que había llevado, olía todo rico. Carne de oveja asada con cancha, papá y queso. Cuando estuvo a punto de dar una mordida a su carne escuchó el sonido de un animal que se le acercaba. Con un poco de miedo, cerró su alforja y se escondió detrás de una piedra. Aún había un poco de luz, y pudo ver al puma que entraba a la cueva, quejándose porque al parecer no había encontrado comida y se le sentía muy hambriento.
El hombre sintió mucho miedo. Veía los ojos del puma que al parecer había sentido el olor de la carne que él llevaba en sus cosas. El campesino no podía seguir escondiéndose, el olor lo delataba. El puma se acercaba sigilosamente. El hombre solo imploraba a los apus que lo protejan así que no tuvo más remedio que enfrentarse al animal. Bajó de su escondite y abrió su alforja para sacar la carne que había. El puma no tenía intenciones de atacar al hombre. Estaba muy viejo. Solo lo miraba con ojos de compasión y de hambre. Él lo entendió y perdió el miedo. Compartió su comida con el puma sin decir ni una sola palabra. Ambos se quedaron dormidos después de haber comido. Al amanecer, con los primeros rayos del sol, el campesino despertó y no vio al puma por ningún lado pero pudo ver el camino de regreso a casa, es más, a la salida de la cueva encontró una vasija de barro con objetos de oro que sin dudarlo se lo guardó y pensó que era la recompensa de los apus, en agradecimiento por no haber matado al puma y haberle dado de comer ya que el puma era el guardián de esa cueva llena de tesoros. El hombre muy contento iba encontrando a sus animales y llegó a casa para darles a su familia la buena noticia. Y es que así es el campo, lugar lleno de grandes misterios
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